PorFredy Massad y Alicia Guerrero Yeste
Un edificio basado en contradicciones premeditadas: abierto, pero cerrado; con un espacio interior fluidamente comunicado, aunque claramente dividido y articulado; muy público pero aislando cuidadosamente sus espacios privados y de una apariencia sólida y estática durante el día que muda en ligera y frágil por la noche. Esa invisible yuxtaposición de contradicciones en el edificio del centro cultural de la Fundación Caixa Galicia en A Coruña debe su valor positivo a la excelencia profesional de Nicholas Grimshaw, un arquitecto cuya actitud predominantemente racional se concreta en edificios que deben sus aspectos sensibles al rigor en la concepción técnica del diseño y del manejo de estructuras y materiales.
Grimshaw pertenece a la generación de Norman Foster y Richard Rogers, británicos cuya arquitectura se incluyó bajo la etiqueta de lo que fue denominado high-tech. La Terminal Ferroviaria Internacional de Waterloo (Londres) y The Eden Project (Cornwall) son dos de los proyectos más reconocidos de la trayectoria que ha desarrollado al frente de su propio estudio (www.grimshaw-architects.com), fundado en 1980 y que ha firmado numerosos edificios e infraestructuras públicas de gran escala a lo largo del mundo, superando y enriqueciendo en cada uno de ellos los planteamientos que definían a aquel estilo basado en el uso enfático de la alta tecnología.
Estructura, espacio y piel son los conceptos fundamentales de trabajo de este arquitecto que ha tratado el edificio para la Fundación Caixa Galicia como una ‘joya atrapada entre dos edificios’. Este centro se suma a la red de sedes de esta organización presentes en las principales ciudades de la comunidad gallega con la singularidad de ser la primera de ellas que se establece en una construcción de nueva planta y no en un edificio histórico y con presencia consolidada en su casco urbano, haciendo que su significación y carácter emblemático deriven precisamente del hecho de constituir una expresión arquitectónica y urbana de contemporaneidad.
Este centro cultural –compuesto por un edificio principal que acoge una cafetería, una librería, salas de exposiciones, un auditorio y áreas institucionales y otro auxiliar trasero anexionado- ha sido levantado en un solar sito en la calle Cantón Grande, en un enclave popularmente conocido en A Coruña como ‘La Pescadería’, punto donde confluyen la parte antigua y la parte moderna de la ciudad, entre el puerto a un lado, y las ensenadas de Riazor y Orzán al otro. Ubicado en ese contexto, la nueva construcción debía establecer una transición armónica no sólo entre lo histórico y lo actual sino también integrar la inmediata presencia del mar. La idea de una ola marina y la presencia de las ‘galerías’ –las balconadas acristaladas de las viviendas tradicionales de la zona portuaria de A Coruña- han sido los referentes desde los que Grimshaw ha imaginado metafóricamente el edificio, y que han sustentado conceptualmente el proyecto en la noción de ligereza.
La fachada principal el elemento protagonista donde se articula el diálogo entre el entorno y la nueva construcción, sostenida por dos esbeltos arcos metálicos estructurales que le otorgan esa buscada apariencia de levedad. La forma del edificio se curva en la elevación frontal, queriendo semejar el perfil de una ola rompiéndose, y desciende en inclinación inversa penetrando el suelo y prolongándose hasta el balcón del anfiteatro situado en el segundo sótano. Su perímetro externo está envuelto por una piel translúcida de finas láminas de mármol bianco cándido y vidrio que, durante el día, permite entrever los contenidos y actividad discurriendo en el interior dotando a la estructura de una apariencia pétrea y reluciente que, por la noche, muta en una estructura acristalada que emite una luz tenue, comparándose con un faro brillando hacia el puerto. Tras esta piel se oculta un sistema de retroproyección holográfica.
La columna vertebral interior del edificio la constituye un atrio que cubre la totalidad de su sección longitudinal, dividiendo a la construcción en dos volúmenes diferenciados, y permitiendo la penetración de luz natural a lo largo de todo el recorrido vertical interno, alcanzando incluso a las plantas subterráneas, subrayando la idea de claridad latente en el concepto de Grimshaw y estableciendo asimismo una forma de unión entre la vía pública y el interior del centro. Este espacio está marcado por la presencia de una gran escalera colgante de doble espiral, uno de los elementos más distintivos del proyecto.
Las salas y dependencias interiores combinan iluminación artificial con la entrada matizada de la luz natural. Los elementos de mobiliario en algunas de las principales –como el auditorio, salas de conferencias, sala de juntas, pupitres de recepción, puntos de acceso a Internet y la cafetería- son también diseño de Grimshaw Architects.
La actitud planteada por este estudio frente a todo proyecto es la de hallar soluciones para cada situación concreta. Esta tarea no sólo tiene que ver con resolver la función del edificio sino con encontrar su significado: no solamente abordar la cuestión programática sino además complejizarla, creando una dimensión conceptual para éste, operando desde la premisa de que el edificio debe estar cargado de contenido para que funcione -en el sentido más amplio de este término- y devenga un elemento único y diferencial. Con este objetivo, Grimshaw Architects recurre a la experimentación constructiva y material para cuidar cada detalle con preciosismo, al entender que las ideas no solamente deben ser fuertes sino que requieren de una materialización consistente para ser convertidas en aquello a lo que se aspira obtener y transmitir a través éstas.
El trabajo de un equipo de técnicos especialistas dirigidos por Grimshaw para resolver con la misma intensidad todas las escalas del proyecto y proyectos de todas las escalas genera una obra que no se explica mediante discursos compuestos por palabras sino cimentados a partir de los edificios. Un modo de hacer arquitectura que parte de ideas básicas para, a continuación, ir asumiendo la complejidad que subyace en ellas, usando para ello la tecnología y el conocimiento sobre ésta para conseguir objetos de un valor formal y espacial impecable, anteponiendo un innegable conocimiento técnico al servicio de la materialización de conceptos sutilmente metafóricos, como en la nueva sede de la Fundación Caixa Galicia en A Coruña.
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